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TENIENTE CORONEL SANTIAGO BUERAS ABARIA: EL GRAN HÉROE DE MAIPÚ Y PATRONO DE LA CABALLERÍA CHILENA

De «Soldados Ilustres del Ejército de Chile»

por el Tte. Crl. (R). EDMUNDO GONZÁLEZ SALINAS

 

José Santiago María Estanislao Bueras Abaria nació en Santiago el 7 de mayo de 1786. Fue hijo del hacendado de Santiago, D. Francisco Bueras y de doña Josefa Abaria. Ya joven, solía llegar a la capital por asuntos de negocios —era hacendado como su padre— y en uno de esos viajes se encontró en la magna asamblea de 18 de septiembre de 1810. La visión espectacular de las tropas de línea y de milicias resguardando el desarrollo del acto, inflamó su entusiasmo por la causa patriota y tan pronto fue creado el batallón de infantería

«Granaderos de Chile» (2 de diciembre del mismo año), fue uno de los primeros en incorporarse a sus filas, con el grado de subteniente.

Tuvo su bautismo de fuego en la sofocación del motín de Figueroa, el 1ºde abril de 1811. Cuando los defensores de la Patria rechazaron a los realistas y éstos huyeron hacia el norte del río, fueron perseguidos y en ello —cuenta la Historia— se distinguieron los subtenientes Enrique Campino y Santiago Bueras. En Yerbas Buenas lució nuevamente su arrojo y su audacia. «Avanzaron los granaderos mandados por Bueras —cuenta el Diario Militar de Carrera— y llevaron la muerte por la parte que ellos querían, burlaron al enemigo hasta el extremo de tomarlos por los cabellos, tirarlos al suelo y acabarlos a bayonetazos.»

El joven oficial hizo toda la campaña a las órdenes del brigadier Carrera y del general O’Higgins en los batallones de infantería «Granaderos de Chile» y «Auxiliares de la Patria» y sus méritos eran tantos —ratificados en las acciones de El Manzano y Doñihuelo— que la Junta de Gobierno que se encontraba en Talca resolvió conferirle el grado de teniente coronel (decreto de 31 de enero de 1814).

Sabedor de que los realistas alojaban en la hacienda de Cuchacucha, el coronel Mackenna resolvió caer sobre ellos antes del amanecer del 22 de febrero. Así lo hizo… pero el enemigo había escapado. Ordenó entonces al comandante Bueras, que, con parte de su tropa, se hiciera cargo de algunos caballares y vacunos que pastaban en los potreros vecinos. Cumplía la orden Bueras cuando aparecieron fuerzas de caballería. Les hizo frente y el adversario «se retiró a las alturas inmediatas desde donde despechaba pequeñas partidas a tirotear, las que fueron perseguidas por dicha guerrilla (la de Bueras) y un piquete de voluntarios al mando del alférez Allende, cuya intrepidez y ardor de su tropa le hizo avanzar tanto que costó repetidas órdenes y la pérdida de mucho tiempo en hacerlas reunirse a su división»(Parte oficial). Observando Mackenna que los realistas no se atrevían a atacarlo y que su columna carecía de los elementos móviles necesarios para darles alcance, dispuso el repliegue a las posiciones del Membrillar. Repentinamente fue acometido por fuerzas considerables que el enemigo había logrado reunir en los alrededores y que pretendían aislar las fracciones adelantadas del comandante Bueras; pero «este, con su acostumbrada intrepidez, hizo frente por todos lados» y dio tiempo a que Mackenna acudiendo oportunamente dispersara al adversario y le causara algunas bajas en hombres y caballos.

Durante los preparativos de la defensa de la villa de Rancagua, al comandante Bueras —como al comandante Freire y al capitán  Francisco Molina— le correspondió la exploración hacia el sur, en dirección al enemigo. Esta partidas se replegaron hacia las posiciones patriotas, en el último momento solamente.

Después del desastre de las armas de la Patria, emigró a Mendoza. El general don José de San Martín, en conocimiento de sus grandes amistades e influjo entre la gente de Aconcagua y de su conocimiento de todo el valle, lo envió a Chile a organizar la guerra de guerrillas, junto a Manuel Rodríguez y otros patriotas decididos. Bueras reclutó guerrilleros entre los hombres de su hacienda y, equipándolos y armándolos a su costa, comenzó su peligrosa misión. Tomado preso, fue conducido a la presencia de Marcó del Pont y a pesar de que no se le pudo comprobar nada —fuera del hecho de haber sido oficial insurgente— fue llevado a Valparaíso, para ir más tarde a Juan Fernández. La espera debió cumplirla en la fragata Victoria, y entre sus compañeros de cautiverio se contaba el capitán don José de los Santos Mardones, futuro gobernador de la colonia penal de Magallanes.

La noticia de la victoria de Chacabuco se supo en Valparaíso el mismo 12 de febrero de 1817. Un grupo de patriotas porteños se allegó, en una chalupa pescadora, hasta el costado de la Victoria y comunicó la magna nueva del triunfo. Una comisión de tres prisioneros —de los cuales uno de ellos era Bueras— se apersonó al capitán del buque, de apellido Vargas, para que los pusiera en libertad esa noche y se le prometió una buena recompensa. El capitán accedió gustoso; pero en la noche dejó en libertad sólo a los tres comisionados y el resto quedó encerrado en el entrepuente. Los comisionados se pusieron a discutir acaloradamente con el oficial de guardia, a fin de lograr la libertad de sus compañeros. En ayuda del oficial, se lanzó el capitán contra los tres patriotas. Pronto la situación fue dominada completamente por estos últimos. La tropa se limitó a cruzarse de brazos, con la certeza de que las cosas habían cambiado…

A medianoche los prisioneros se embarcaron en un lanchón y en silencio los fugitivos se pusieron a remar furiosamente hacia la playa lejana Al llegar a ésta, una patrulla realista dio el quién vive. Luego de un instante de silencio, volvió a repetir el grito. Como no hubiera contestación, hizo una descarga cerrada en dirección al lanchón. Bueras se lanzó al agua juntamente con sus compañeros y cada uno tomó distinto camino al pisar tierra. Sólo lo acompañó el teniente don José Santiago Aldunate, futuro general de la República. Luego encontraron insurrectos, al frente de los cuales tomaron por sorpresa el castillo de San José, la fortaleza principal del puerto.

Con fecha 30 de septiembre de 1817 se le reconoció, por la Orden General del Ejército, como comandante del batallón «Infantes de la Patria», aun cuando ya lo era prácticamente desde comienzos de agosto. Al lado del general O’Higgins, asistió a las acciones contra el puerto fortificado de Talcahuano y a la retirada hacia el norte, con motivo de la expedición Osorio, hasta el momento que el total de las tropas patriotas se reunió en Chimbarongo.

Hasta este momento vemos a Bueras formar parte de unidades del arma de infantería. Hubo más: con fecha 27 de septiembre de 1817 propuso a la superioridad militar la creación de un batallón de infantería a base de esclavos negros. Pues bien, como comprobaremos en seguida, lo encontraremos incluido en una unidad de caballería a comienzos de 1818. No hemos encontrado el documento oficial respectivo en donde exista constancia de la fecha exacta del cambio de unidad o de arma.

Efectivamente, el 14 de marzo de 1818 salvó al comandante Freire y a uno de los escuadrones de «Cazadores de la Escolta Directorial» de ser aniquilado por la caballería realista. En cumplimiento de una misión de exploración el comandante Freire se encontró repentinamente delante de tres escuadrones adversarios. Freire hizo frente al peligro, confiado en el auxilio que habría de enviarle el general Brayer, Comandante General de la Caballería patriota. Los jinetes de Morgado habrían concluido con el escuadrón de Cazadores si no hubieran divisado, al llegar al río Lontué, a una tropa de caballería que acudía en su auxilio. Era Bueras, que, aburrido de |esperar las órdenes que no llegaban, se lanzó por iniciativa con su escuadrón en protección de Freire.

En la noche del desastre de Cancha Rayada las fuerzas de caballería patriota se dispersaron completamente y sólo Bueras logró mantener reunidos unos 100 jinetes de «Cazadores de la Escolta». Llevado por su recio corazón, se metió en el entrevero donde nadie sabía con quién peleaba. A punta de sable llegó hasta el sitio en que el general O’Higgins, recién herido y completamente cercado por el enemigo, trataba de montar a caballo. Logró rescatarlo vivo y conducirlo hasta el cerro Baeza. Después se retiró con sus cazadores hacia San Fernando, conjuntamente con la división Las Heras. Fue a establecerse, con su escuadrón, a orillas del Tinguiririca, a fin de ayudar a los dispersos que iban llegando unos tras otros, observar la marcha de la división Las Heras y mantener la exploración hacia el enemigo con patriotas volantes (patrullas).

Una vieja tradición que ha llegado hasta nosotros, cuenta que en uno de los muchos encuentros con la caballería realista se le quebró el sable, por cuya razón empezó a usar en adelante dos. Así se presentó a la batalla de Maipo el 5 de abril de 1818 y allí murió de un balazo en la cabeza, en los momentos en que su escuadrón cargaba contra el ala derecha de la división Ordóñez.

La caballería chilena, agradecida de sus hazañas, ha escrito en una piedra recordatoria, en el sitio mismo de su holocausto: «Aquí murió por la Patria, en demanda de su libertad. »

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