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BATALLA DE MAIPÚ – LA VISIÓN REALISTA

Por MARIANO TORRENTE

Historiador español de la Independencia de América

San Martín, Rodríguez, O’Higgins i Las Heras desplegaron un grado de actividad i enerjía que solo cabe en pechos volcanizados: a los quince dias tenían ya reunido un ejército, si no igual al que acababan de perder, a lo ménos superior al de los realistas; i aunque su artillería i parque no eran tan considerable, bastaba sin embargo para fijar a su lado todas las probabilidades de la victoria.

El ejército español se mantuvo hasta el dia 24 en Talca, ocupado en su arreglo i organizacion: emprendida finalmente la marcha, llegó sin el menor tropiezo hasta Rancagua, en cuyo punto cayó inesperadamente la caballería enemiga sobre una columna de dragones de la Frontera i de Chillán, que fue arrollada, llevando en triunfo a Santiago la casaca del segundo comandante escitando por este medio, de poca monta al parecer, tan grande aliento i entusiasmo en el ánimo de los insurjentes, que pasando rápidamente del abatimiento a la confianza pidieron con el mayor empeño ser conducidos a otro nuevo combate para salvar en él la mengua de su precedente derrota.

Al ver San Martin la buena disposición de sus tropas i el firme apoyo que le prestaba el famoso Manuel Rodríguez, a pesar de hallarse perseguido a aquella misma sazon por partidario de los Carreras, se decidió a esperar a los realistas en el campo de Maipú, distante tres leguas de la capital. En el entretanto se iba aproximando Osorio a dicho rio con su ejército: al concluir su última marcha en el dia 4 de Abril sobrevino la noche sin que se hubiera formado todavía un plan de operaciones a pesar de hallarse el enemigo tan inmediato.

Deseoso por una parte el referido Osorio de cortar con un golpe decisivo las últimas esperanzas a los patriotas, i temeroso por otra de entrar en una acción que le destruyera todos sus proyectos, si la fortuna se le mostraba esquiva en esta ocasión, dejó traslucir su dictámen de dirijirse a Valparaíso para formar en aquel puerto, que entónces se hallaba bloqueado por la escuadrilla del Rei, una base firme de operaciones que lo pusiera al abrigo de todo reves i contraste.

Este plan, que parecía el mas juicioso i arreglado para no dejar pendiente la suerte de Chile de los azares que suelen acompañar aun a las acciones mas bien combinadas, habría sido desaprobado unánimemente por todos los jefes i oficiales que se saboreaban ya con el placer de dictar leyes desde la capital de aquel reino que tenían a la vista, i no se atrevió por lo tanto a proponerlo abiertamente por no ver desairada su autoridad.

Amaneció el dia 5, i en el acto mismo se presentaron las guerrillas contrarias a provocar el combate: puesto el ejército realista en movimiento, halló a una milla de distancia en dirección de Santiago una posición sumamente ventajosa, que parecía dispuesta por la naturaleza para empeñar la batalla. Se estendia aquella como media legua sobre el punto por donde venia el enemigo; lo cortaba por la derecha un prolongado valle que apoyado a una barranca formaba su principal defensa; se inclinaba el terreno por la izquierda en descenso suave hasta un montecillo de bastante altura que lo dominaba todo, flanqueando la izquierda de los realistas, i la derecha de los insurjentes.

El lugar donde se formó la línea de las tropas de Osorio, era un poco elevado con tres colinas que, aunque pequeñas, podían servir para ocultar algunas fuerzas. Dispuesto en esta forma el plan de aquella batalla, fue ocupado como medida preliminar el cerro avanzado por el flanco izquierdo, i colocada en él para su defensa, la columna de cazadores i granaderos a las órdenes de Primo de Rivera con dos cañones.

Eran las diez y media del dia, cuando se presentó San Martin con todas sus fuerzas, i se rompió en el acto un vivo fuego de artillería por el frente, i la caballería empezó sus choques i escaramuzas por uno de los flancos. El atrevido Ordoñez con los batallones del Infante i de Concepción se mezcló por la derecha con tres cuerpos enemigos, a los que puso al principio en la mas completa derrota. La segunda división, compuesta del primer batallón de Burgos i del de voluntarios de Arequipa, iba avanzando en columna por el centro al mando de Morla, que había reemplazado interinamente al coronel Baeza: al primer ataque que se dio a la bayoneta, se abrió en dos mitades el batallon de Burgos que iba a la cabeza, i quedó dando frente el de Arequipa sufriendo los mortíferos golpes de las baterías; pero como el jefe principal de esta columna no tuviera la previsión de desplegar en batalla para que hiciesen menos estragos los fuegos contrarios; i como lejos de correjir este desórden, hubiera pasado a retaguardia a pedir instrucciones; muertos ya casi todos los oficiales de las primeras compañías, principió a ceder esta división aunque sin desordenarse.

Al verla vacilar los enemigos, cargan sobre ella con la caballería; aflojan los lanceros realistas, i se ve envuelta i arrollada en un momento su infantería por toda la reserva del coronel mayor Quintana. Observando San Martin que la columna de cazadores al mando de Primo, no había hecho movimiento alguno, pues que solo los granaderos habían acudido a tomar parte en la primera refriega, i no tan pronto como habia ordenado Osorio, se arrojó sobre ella, i se empeñó un reñido combate.

Dáse la orden para que los dragones de la Frontera, mandados por el coronel Morgado, carguen a la caballería enemiga; pero la tardía i torpe ejecucion de esta maniobra Correspondió tan desgraciadamente a la intrepidez i esfuerzo de los soldados, que fueron acuchillados horrorosamente, i aun muchos fueron victimas del fuego de los cazadores por la confusión con que se replegaron sobre ellos.

Esta fue la señal del triunfo de los rebeldes; el campo quedó completamente abandonado, i las columnas de granaderos i cazadores que se conservaban intactas, emprendieron su retirada en el mejor órden sobre las casas llamadas de Espejo: los primeros hubieron de formarse en cuatro para resistir a la furia de varios ataques, los segundos sostuvieron asimismo otras cargas dadas con igual firmeza. Reunidos ámbos cuerpos al llegar a unos callejones que conducían a las referidas casas de Espejo, tomaron posesión a las órdenes del teniente-coronel Latorre con la idea de sostener el honor de sus armas, i de emprender por último recurso una retirada con orden si la fatalidad del destino habia decretado que fuera infructuosa toda resistencia.

Apoderándose los cazadores de las alturas que dominaban aquellos callejones, i colocándose los granaderos en reserva para cubrir los heridos, pertrechos i equipajes, se principió una segunda batalla, que duró con el mayor teson hasta las tres i media, en que situando los enemigos toda su artillería sobre las alturas, i atacando el batallon de Coquimbo, que no había tomado parte en el primer período de la acción, salieron los realistas de sus trincheras, i trabaron el mas sangriento combate individual a la bayoneta, dando todos las mas terribles pruebas de arrojo e impavidez, señaladamente el benemérito capitán Aznat.

Huyeron los enemigos aturdidos con aquel estraordinario golpe de valor; pero conociendo los realistas que aquella ventaja parcial no podia de modo alguno variar el curso a la adversa fortuna se valieron del estupor causado en el campo insurjente, para ponerse con un pronto repliegue fuera de su alcance. Estaban ya en marcha los cazadores para el rio Maipú creyendo que seguían igual dirección los granaderos que la habían emprendido con antelación, cuando informados por unos soldados dispersos de que Ordóñez, Primo de Rivera, Rodil i otros jefes trataban de hacer la última defensa dentro de las cercas de la dicha casa de Espejo con los citados granaderos i varios trozos de los demás cuerpos, retrocedieron hácia aquel punto para consagrar a la causa de la Monarquía los postreros esfuerzos de su fidelidad i valentia; pero ya era tarde para que tamaña decisión pudiese variar el infausto curso de la suerte.

Todo se perdió en aquella falsa posición; los enemigos se apoderaron de las entradas; pocos se atrevieron a franquear las elevadas cercas, i aun de éstos solo se salvó el esforzado Comandante Rodil que tan recomendable se había hecho en esta campaña por su serenidad e intelijencía, i por la excelente disciplina que habia sabido conservar con su enerjía en medio del desorden de los demas.

Una estrella venturosa protegió a aquel digno jefe, quién reunido muí pronto con Osorio, fue encargado de recojer las reliquias de la infantería, en tanto que aquel seguia su retirada para Talcahuano con la caballería i con algunos jefes i oficiales de la plana mayor. El imperturbable Rodil logró reunir de 6 a 700 hombres; pero el estado de sublevacion en que se habia constituido el pais, i las infinitas bandas armadas que los hostigaban por todas partes, redujeron su fuerza a 300 cuando llegó a las orillas del Maule, i solo 90 cuando entró en Talcahuano.

Los demas jefes, oficiales i soldados sucumbieron a la fatalidad de su destino: cerca de 1. 000 hombres sellaron con su sangre derramada en el campo de batalla su fidelidad y bizarría; un número mayor rindió las armas i los restantes perecieron en la dispersión, excepto unos 800 que fueron concurriendo a Talcahuano. El benemérito Ordóñez, despues de haber hecho prodijios de valor, rompió la espada ántes que rendirla al enemigo: los orgullosos insurgentes mancharon la victoria con varios actos de crueldad cometidos sobre los desgraciados prisioneros: éstos cesaron sin embargo a la llegada de Las Heras, quien animado de sentimientos mas jenerosos empleó todo su influjo i autoridad para contener a la desenfrenada soldadesca. El destino que se dió a estos guerreros fué su confinación a la punta de San Luis en el territorio de las provincias de la Plata, para ser víctimas primeramente de toda clase de padecimientos, i por último de la ferocidad de su gobernador Dupui.

Un descenlace tan fatal aterró el ánimo de todos los realistas: prisioneros, destierros, saqueos, suplicios, persecuciones i toda clase de angustias fueron el premio de su constancia.

Los defectos a que deben atribuirse todos aquellos desastres, aunque no nacieron de falta de lealtad ni de valor, aparecerían sin embargo como tantos lunares a la carrera de sus autores sino hubieran acreditado uno i otro con el sacrificio de sus vidas: se supuso que un pique personal de Primo de Rivera con algunos de sus compañeros hubiera sido causa de la poca actividad i firmeza que se notó en las altas funciones que le estaban confiadas como jefe del estado mayor, i en su falta de resolucion para apoyar el primer ataque en que se vieron empeñadas las divisiones de Ordóñez i de Morla; parece tambien que la caballería habría podido prestar también mas útiles servicios si la fatal indisposición de su comandante jeneral Olárria que la habia obligado a quedarse en Talca, la tardía designacion de su sucedor Morgado, i la dirección poco acertada de este jefe no hubieran entorpecido el curso a la próspera fortuna. Estas fueron, pues, las causas que mas influyeron en aquella horrible derrota, i a ellas se debió que la victoria, que había principiado a coronar los esfuerzos de Ordóñez, pasara rápidamente, i en el momento en que ménos podia esperarse, a fijarse en las filas de la rebeldía.

No podemos menos de lamentarnos asimismo de la funesta emulación de mando, que tanta parte ha tenido en todos los reveses de los realistas en América. No han sido, pues, la opinion de los pueblos, ni los bien concertados planes de los caudillos insurjentes, i mucho menos el arrojo de sus batallones los ajentes de nuestra ruina, i sí el innoble desahogo de privadas pasiones. Las pájinas de dicha historia están llenas de tan triste verdad: no nos cansaremos por lo tanto de encargar a nuestros militares españoles huyan de este terrible escollo, si llega un dia venturoso en que puedan hacer resonar por aquellos inmensos países la voz del soberano español.

Deben éstos tener presente que su gloria principal estriba en servir a su Rei con toda clase de sacrificios; que los de la opinion son a veces mas importantes que los de la misma vida; que toda rencilla o resentimiento personal debe ceder a los intereses públicos; i que es tan criminal quien por no saberse vencer asimismo arriesga el éxito de una batalla, como el que la vende al enemigo. Añadiremos asimismo para que quede bien inculcado este principio, del que debe resultar la verdadera gloria, que se pierde todo el mérito de un guerrero sino sabe sujetarse a los dictados de la prudencia i a los de la utilidad i conveniencia de la causa que sostiene.

(Transcripción de la ortografía y texto original. Memorial del Ejército de Chile Nº 342, Marzo-Abril de 1968).

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